Tuesday, December 6, 2011

Borges y La Traducción


Jorge Luis Borges tenía sólo 10 años cuando publicó su primera traducción: la de El príncipe feliz, de Oscar Wilde.

En su casa, la familia Borges hablaba el inglés – herencia de su abuela paterna - tanto como el español, y el futuro escritor estaba ya familiarizado con el idioma en el momento en el que traduce el cuento.

El dato más curioso de la relación entre Borges y la tarea de traducir, es que él consideraba que la traducción podía superar al original. Más aún, que el original o la traducción literal no tenía porqué ser fiel a la traducción. Cuando él hacía una traducción, le ponía más detalles o le sacaba las partes que no le interesaban.   Contradiciendo todas las convenciones, Borges se niega a otorgar primacía alguna al texto original. Irá más lejos todavía y se animará a decir: “El original es infiel a la traducción”.

High above the city, on a tall column, stood the statue of the Happy Prince. He was gilded all over with thin leaves of fine gold, for eyes he had two bright sapphires, and a large red ruby glowed on his sword-hilt.

He was very much admired indeed. "He is as beautiful as a weathercock," remarked one of the Town Councillors who wished to gain a reputation for having artistic tastes; "only not quite so useful," he added, fearing lest people should think him unpractical, which he really was not.

"Why can't you be like the Happy Prince?" asked a sensible mother of her little boy who was crying for the moon. "The Happy Prince never dreams of crying for anything."



 Dominando la ciudad, sobre una alta columna, descansaba la estatua del Príncipe Feliz. Cubierta por una capa de oro magnífico, tenía por ojos dos zafiros claros y brillantes, y un gran rubí centelleaba en el puño de su espada.

Era admirado por todos: “Es tan hermoso como el gallo de una veleta” –afirmaba uno de los dos concejales de la ciudad que deseaba ganar fama como conocedor de las bellas artes– “nada más que no resulta tan útil”–añadía, temiendo que las gentes pudieran juzgarle impráctico; cosa
que en realidad no era.

–“¿Por qué no puedes ser como el Príncipe Feliz?” –decía una madre razonable a su pequeño que lloraba por alcanzar la luna– “Al Príncipe Feliz nunca se le ocurre llorar por nada”.


-GOCIOL, J. 1999. Rescatan un texto traducido por Borges a los nueve años (en línea). Disponible en http://edant.clarin.com/diario/99/12/30/e-05301d.htm. Consultado 21 de Marzo 2010.

-WILDE, Oscar. 1999. El príncipe feliz. Buenos Aires, Emecé Editores. 

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